Cuba indígena: Escondida a Plena Vista

Pero Cuba la isla-en la imaginación popular y la poesía – es un cocodrilo largo (caimán). El oeste – y La Habana-es la cola. La cabeza del caimán, siempre decía mi gente mayor, está en el escarpado este, las escarpadas cordilleras montañosas de la legendaria región llamada Oriente.

«Tierra soberana», cantan los trovadores – » tierra soberana.»

Cuba comienza a través del Oriente, donde dominaban los territorios indios más poblados o cacicazgos. Por aquí los españoles llegaron en su conquista de Cuba en 1511 y aquí fue donde las primeras rebeliones indias evolucionaron más tarde en los movimientos de independencia y guerras del siglo XIX. José Martí, el» Apóstol cubano » en la guerra contra España, murió en batalla cerca de aquí. Teddy Roosevelt luchó contra la infantería española cerca, en la Colina de San Juan. Incluso la revolución de Fidel Castro de la década de 1950 surgió en la historia de estas montañas orientales.

«Cuba profunda», lo llama Alejandro Hartmann, «Cuba profunda». Hartmann es historiador de la ciudad y director del Museo Matachin, en la ciudad de Baracoa, un antiguo pueblo costero nativo (Taíno) que se convirtió en el primer asentamiento español en Cuba. Baracoa sigue siendo considerada la puerta de entrada a la Cuba indígena. Cuando Hartmann se refiere a Cuba profunda, está señalando esta realidad: a pesar de todas las afirmaciones de extinción de los pueblos nativos en el Caribe, en esta región, que abarca las gruesas cadenas montañosas del interior desde Baracoa hasta Guantánamo, y a través de las sierras más amplias, todavía se reconoce la presencia indígena cubana.

Recientemente caminé con Hartmann por las colinas costeras hasta las cordilleras de las montañas y la comunidad india de La Ranchería. Fuimos a visitar a nuestro viejo amigo, el cacique Francisco Ramírez Rojas, «Panchito.»

La Ranchería es uno de los numerosos caserios pequeños o caseríos del clan descendiente nativo de cubanos conocidos como los Rojas-Ramírez, llamados por los antropólogos» la Gran Familia», o la familia más grande de Cuba. Las familias Rojas-Ramírez son descendientes de los nativos caribeños que hoy son conocidos popular y académicamente como los Taínos. Hay numerosos caserios de familias Rojas-Ramírez en más de 20 localidades en las montañas y costas orientales cubanas, un parentesco con más de 4.000 personas.

La comunidad particular de La Ranchería está enclavada en lo alto de las montañas boscosas de un pueblo llamado Caridad de los Indios. Cerca, a una media hora a caballo, se encuentra otra comunidad nativa de La Escondida, o «el escondite».»Estas fueron las áreas de refugio más remotas, llamadas palenques, en Cuba, donde numerosas familias indias emigraron después de perder las granjas de tierras bajas y su última jurisdicción india, El Caney, en fecha tan tardía como 1850.

Después de cuatro horas de subir la montaña primero en un jeep, luego en un gran camión abierto, encontramos al Cacique Panchito en buena salud. A los 81 años, ha empezado a usar un bastón, pero tiene buena movilidad y está lúcido como siempre. Sana y móvil también es la matriarca de la familia y esposa de Panchito desde hace 60 años, Reina. Hoy están ocupados con una visita de varias familias relacionadas. Un cerdo ha sido masacrado por hijos y nietos, que están haciendo fuego y asándolo en un hoyo. Varias de sus hijas y nietas charlan y cortan tubérculos como malanga, boniato y yuca, todos cultivos indios originales, y clasifican arroz, maíz y frijoles para cocinar para la fiesta.

Panchito Ramírez es un Indio campesino nacido y criado, cuyas profundas raíces en las enseñanzas de sus mayores lo distinguieron por el respeto y el reconocimiento como la principal autoridad – cacique – de su comunidad durante más de 40 años. Otros caciques habían llegado antes que él en estas remotas comunidades de montaña, pero estaban tan marginados y fuera de la vista que la sociedad nacional asumió que todos los indios cubanos se habían extinguido. La realidad de las pequeñas comunidades reales fue oscurecida por la niebla de los eruditos nacionales que predicaban un estricto origen hispano-africano para la población cubana, negando repetidamente la hebra indígena en la trenza nacional.

Panchito ha insistido en el hecho de la existencia de su comunidad durante más de 30 años, un esfuerzo constante para romper el muro de invisibilidad construido por la afirmación inflexible y generalizada de la extinción de los pueblos nativos cubanos. Entre otros historiadores regionales, Hartmann se refiere al hecho de que muchas familias indias sobrevivieron a través de la época colonial como «algo bien conocido en la región oriental. Agregó: «Esta idea de una extinción total de la India fue prescrita y cimentada por eruditos cosmopolitas.»Los investigadores que establecieron el dictum de extinción, dijo, escribieron a partir de investigaciones de archivo limitadas y se repetían mutuamente. «Pocos visitaron y ninguno de ellos estudió en estas montañas.»

Panchito abordó el tema durante nuestra visita, relatando la larga y convincente historia de su particular gens de parentesco, las familias Rojas-Ramírez. La ascendencia se remonta a la última ola de asentamientos indígenas en Cuba, los taínos, que saludaron la conquista española y que, contrariamente a la narrativa popular de su extinción, en realidad sobrevivieron, como pequeños grupos y a través de matrimonios mixtos, a través de los siglos. Sucedió en Cuba que la encomienda colonial española, basada en el trabajo impuesto de los indios, dio paso a la fundación de varios pueblos de familias indias libres. Entre ellos, San Luis de los Caneyes (El Caney), cerca de Santiago de Cuba, se convirtió en el lugar de origen y supervivencia de las familias Rojas-Ramírez durante tres siglos. A estas familias indias recién liberadas o recientemente aisladas se les concedieron los nombres Rojas y Ramírez, en masa, en bautizos bajo un gobernador español y un obispo con esos apellidos.

La concesión real española de la jurisdicción indígena sobre las tierras de su comunidad en El Caney fue sofocada por la audiencia colonial en 1850, pero varios grupos de parientes indios o familias extendidas permanecieron juntos mientras se reasentaban en tierras más remotas sobre las montañas. «En mi infancia aquí», explica Reina, » la Ranchería era toda una familia india; solo que en esta comunidad teníamos 30 casas o más. Ahora solo somos 12 casas aquí. Muchos se mudaron a la costa y otros lugares en busca de mejores condiciones.»

A partir de 2016, docenas de hogares multifamiliares Rojas-Ramírez están dispersos por las montañas orientales y un recuento familiar formal del grupo de parentesco, aún incompleto, se sitúa en alrededor de 4,000. Las familias indias en su conjunto conservan un considerable conocimiento ecológico tradicional, junto con historias legendarias y ceremonias de fertilidad y protección que invocan la Luna, el Sol y la Madre Tierra. En sus tradiciones curativas, trabajan con árboles sagrados y hacen un amplio uso de plantas medicinales a base de hierbas. Son orgullosos agricultores-campesinos-que disfrutan y sufren los altibajos de la cosecha en la tierra.

Junto con Hartmann y un equipo de investigación de miembros de la comunidad, recorrimos estos senderos de montaña delgados y visitamos con una buena variedad de gente de Rojas-Ramírez. Más allá del bullicio de la ciudad y de la frenética cubanía de salsa de la cultura urbana, un núcleo del alma nacional, la esencia de su origen, reside en el campo cubano, en las montañas y en las remotas zonas costeras, entre las personas que trabajan la tierra con el viejo coa indio, o palo de excavación, aran con aparejos impulsados por bueyes y aún montan caballos como su principal fuente de transporte. El estilo de vida de alta montaña incorpora muchos elementos culturales españoles y africanos, sin embargo, el sentido de pertenencia nativa es obvio. Esta Cuba profunda, como Hartmann la considera, sigue produciendo una maravillosa tradición oral, del pueblo y por el pueblo.

Después de medio siglo de revolución socialista, una nueva generación cubana busca profundizar su identidad, ver y experimentar una visión cada vez más amplia de la sociedad. En Cuba, como en la mayoría de las Américas, explorar las capas más profundas de los orígenes culturales de un país revela fuerzas fundacionales, dentro de las cuales resuena la indigenidad, el nexo entre la gente y la tierra.

Sorprende a muchas personas, incluso a muchos cubanos, que exista una comunidad indígena de historia documentada sustancial y presencia contemporánea. En particular, entusiasma a muchas personas que los ancianos de las familias indias continúen expresando mensajes espirituales y prácticos de respeto por la Madre Tierra y las cualidades productivas de las técnicas de agricultura de montaña.

Para un país que experimentó una grave escasez de alimentos y condiciones casi de inanición hace solo una generación, es un mensaje que resuena. Muchos bien recuerdan que cuando las granjas de alto consumo de insumos al estilo soviético desaparecieron con todo el bloque socialista, fueron de hecho los antiguos cultivos taínos y las hierbas medicinales endémicas, aplicadas junto con las nuevas tecnologías de agricultura orgánica, las que salvaron al país de la inanición.

En Cuba, la discusión va más allá del reconocimiento del grupo de parentesco indio del pueblo Rojas-Ramírez de Oriente. Con el colapso de la Unión Soviética, también se ha intensificado un debate más amplio sobre cuestiones de identidad cubana. Lo antiguo y lo tradicional, lo práctico y lo altivo constituyen una corriente de discusión. Una agricultura urbana vigorosa, un movimiento verde o agroecológico creció y ha madurado en los últimos 30 años.

Como en otros lugares, la discusión de la indigeneidad se ve afectada por nuevos estudios genéticos, que para Cuba revelan que el 34,5 por ciento de la población general es heredera de ADN mitocondrial nativo americano. Los niveles más altos se encuentran en la región oriental de Cuba: Holguín (59 por ciento) y Las Tunas (58 por ciento). Esta noticia ha asestado un golpe frontal a la sentencia histórica de la extinción nativa temprana.

Una corriente de académicos y, lo que es más interesante, de jóvenes activistas finalmente está excavando no solo material arqueológico sino elementos culturales intangibles de la indigenidad en la cubanía. Se sugiere una nueva dirección; escribe la académica cubana de nueva generación Robaina Jaramillo: «limitada… nuestro autoconcepto en la identidad cultural cubana… omitiendo…el primer proceso de transculturación en la génesis de la nación cubana, entre indio y español e Indio y Africano.»

Después de años de viajes modestos por Cuba reavivando los lazos familiares nativos, el viejo Cacique campesino Panchito, en su mayoría analfabeto, rompió formalmente la barrera histórica de la extinción en 2014, cuando su comunidad fue reconocida en una conferencia formal nacional-internacional sobre Culturas indígenas de las Américas. Tuvo que llevar su mensaje allí, y presentar a su hija, Idalis, para ayudarlo a representar a su comunidad.

Como siempre, el mensaje de Panchito fue sobre trabajar, amar y soñar a la Madre Tierra. De manera muy simple, muy consistente, enmarca sus palabras en torno al tema más importante: invocar las técnicas agrícolas y forestales adecuadas, y los valores espirituales que sustentan tal filosofía, para producir alimentos y otros regalos naturales para la gente. Su representación consistente de los valores espirituales que aún pueden informar el fuerte movimiento de ecoagricultura de Cuba ha resonado con las corrientes de la nueva generación lista para abordar los problemas de las personas y la tierra.

Hoy, una de las hijas de Panchito y Reina ha solicitado un bautismo comunitario para su nieta recién nacida. El trabajo pertenece a Doña Luisa, de 94 años, la mujer más antigua de la comunidad. Se forma un círculo, afuera y bajo el sol del mediodía. Doña Luisa empaca hierbas con las que bendecir con agua y dirige una larga oración. El bautismo tiene elementos cristianos, pero no es meramente así. Se entona una canción de señal y oración de la comunidad, agradecimiento al Sol y a la Luna.

La abuela pide un círculo de oración de tabaco. Ella le pide a Panchito e Idalis que lo lideren. El cigarro enrollado se enciende y se fuma en las cuatro direcciones. Panchito invoca su oración a las potencias naturales del mundo. Cuando termina, la anciana de la comunidad santifica al bebé y se lo presenta a sus padres, les recuerda :» ya no solo del monte, y como casi, o casi cristiano.»

Más tarde le pregunté a Panchito por qué el término casi cristiano? «Porque respetamos todo», dice. «La niña pertenece a sus padres, y ella nos pertenece a nosotros, ella pertenece a la nación, ella pertenece a la naturaleza, y ella pertenece a Dios.»

dice Doña Luisa. «Sí, tenemos nuestra manera de ser.»

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